Desde la gerencia de Innteligen, consultora especializada en marketing y tecnología, comparto esta reflexión que nace de una preocupación compartida por muchas empresas: la creciente dificultad para encontrar talento profesional verdaderamente preparado para el trabajo real. Esta no es una queja superficial ni una crítica gratuita; es el resultado de años de observar cómo jóvenes egresados de programas universitarios en marketing, desarrollo de software, comunicación o diseño gráfico llegan a sus primeros empleos sin las competencias mínimas para aportar con impacto desde el primer día.
Quiero dejar claro desde el principio: esto no es un ataque a las universidades. He estado inmerso por más de 15 años en el sector académico, conozco su valor, su riqueza intelectual y también sus limitaciones. He trabajado junto a instituciones desde dentro y desde fuera, y he tenido el privilegio de aprender de grandes mentes dedicadas a la investigación, muchas de las cuales han sido mis mentores y siguen siendo referentes. Pero también debo ser honesto: los tiempos han cambiado, y las universidades no están respondiendo con la agilidad que el entorno exige.
Los planes de estudio se actualizan con lentitud desesperante. A los investigadores se les limitan los recursos y muchas veces se les exige una productividad académica desconectada del impacto real. A esto se suma la presión por rentabilidad, la burocracia interna y un rezago tecnológico que afecta directamente la calidad de la formación.
Lo digo con total respeto, pero también con convicción: en los últimos años he aprendido más de los formadores fuera del aula que dentro de ella. Desde bootcamps, consultorías, proyectos colaborativos, hasta espacios de aprendizaje informal donde el conocimiento fluye con rapidez, se actualiza constantemente y responde directamente a las necesidades del mercado.
En procesos recientes de selección, por ejemplo, más del 70% de los candidatos egresados de universidades no manejaban herramientas que hoy son estándar en la industria como Figma, Git, Notion o plataformas de automatización y análisis. Muchos ni siquiera han enfrentado un proyecto real con entregables concretos, lo cual genera una carga enorme para los equipos que deben invertir meses en nivelarlos antes de que puedan ser productivos.
Las empresas, como Innteligen, sabemos que debemos formar talento. Nunca hemos esperado que los profesionales lleguen completamente listos, porque entendemos que el desarrollo es continuo. Pero también sabemos que no se puede construir sobre una base débil. Si las personas llegan sin fundamentos sólidos, sin pensamiento crítico, sin dominio de herramientas básicas o habilidades para el trabajo colaborativo, la curva de aprendizaje se vuelve larga, costosa y afecta directamente la productividad y la calidad de los resultados.
Por eso valoro profundamente modelos como el del SENA en Colombia o la Formación Profesional en España, donde el enfoque está en la ejecución, la empleabilidad y la integración real con el sector productivo. Jóvenes que no tienen una carrera universitaria de cinco años, pero sí habilidades técnicas, criterio práctico y experiencia real, que los hacen mucho más útiles desde el primer día que muchos egresados universitarios.
Las universidades tienen un rol irremplazable dentro del diamante de productividad: son espacios fundamentales para la investigación, la innovación, el desarrollo de spin-offs y el conocimiento de frontera. Pero esa función no puede estar aislada del mundo real. Debe haber conexión con la empresa, con la tecnología, con las problemáticas actuales. Necesitamos una transformación profunda, estructural y urgente.
Espero sinceramente que esta reflexión llegue a mis antiguos colegas del sector académico y a los rectores de nuestras universidades. Sé que muchas de estas conversaciones las hemos tenido en pasillos, en comités, en foros. Pero hoy el entorno no nos da más tiempo. Es ahora cuando debe darse la transformación, porque la confianza en la capacidad de las universidades para formar profesionales competentes se está perdiendo. Y una vez perdida, será difícil recuperarla.
Estoy convencido de que si abrimos espacios reales de colaboración entre universidad y empresa, podemos diseñar juntos programas que respondan al mercado sin sacrificar la profundidad académica. Las puertas de Innteligen están abiertas para ese diálogo. Y muchas más lo estarán si demostramos voluntad real de cambio.
